Evander Holyfield, uno de los más grandes campeones del boxeo, ha nombrado a Riddick Bowe como el peso pesado con el que se arrepiente de haber peleado. El ex campeón indiscutible de los pesos crucero y pesado compartió esta sorprendente revelación en una reciente entrevista en The Big Podcast With Shaq.
La carrera de Holyfield está repleta de logros impresionantes. Se convirtió en campeón indiscutible de la división de peso crucero tras sólo 18 combates. Luego ascendió a los pesos pesados, donde noqueó a Buster Douglas en tres asaltos para reclamar los títulos de la AMB, el CMB y la FIB, convirtiéndose también en campeón indiscutible de esa división.
A lo largo de su carrera, Holyfield se enfrentó a algunos de los nombres más formidables de la historia del boxeo, como Mike Tyson, Lennox Lewis, George Foreman y Larry Holmes. Pero es su rivalidad con Riddick Bowe la que ahora recuerda con pesar.
En el podcast, Holyfield explicó:
"Riddick Bowe es la primera persona a la que no escuché lo que me dijo mi madre. Mi madre me dijo que no me hiciera amigo de la gente con la que voy a competir. Me dijo que les contarías demasiadas cosas".
La relación de Holyfield con Bowe empezó cuando tenía sólo 18 años. Fue sparring de Bowe durante su preparación para los Juegos Olímpicos. Esta temprana conexión sentó las bases de una amistad que complicaría su posterior rivalidad profesional.
"Riddick Bowe era ese tipo. Empecé a entrenar con él a los 18 años, cuando se preparaba para ir a los Juegos Olímpicos. Me hice muy amigo suyo".
La rivalidad entre Holyfield y Bowe duró tres combates. En su primer encuentro, en noviembre de 1992, Bowe se convirtió en el primer hombre en derrotar a Holyfield. Un año después, Holyfield se vengó, ganando la revancha. La trilogía concluyó en noviembre de 1995, con Bowe derrotando a Holyfield en el octavo asalto.
El arrepentimiento de Holyfield por haber peleado con Bowe se debe a la amistad que entablaron, en contra de los consejos de su madre. Ella le había advertido que no se acercara demasiado a posibles competidores, por temor a que revelara demasiado sobre sí mismo.
Esta revelación arroja nueva luz sobre una de las rivalidades más memorables del boxeo. Demuestra que, incluso para los mejores púgiles, las relaciones personales pueden complicar las decisiones profesionales y dejar impresiones duraderas mucho después de que suene la campana final.